Tu cuerpo yacía inmóvil,
en la cavidad vacía
una atmósfera de silencio,
halo sagrado,
un perfume de vida:
esencia divina inacabada.
No te habías apagado
dentro de tí se producían
latidos imperceptibles,
humildes, desconocidos,
jamás oídos
jamás oídos
que recorrían tus venas,
ya sin sangre,
porque el amor
que de Dios venía
y a Dios volvía, ya estaba
completamente entregado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario