Y no me ofreciste pan para recuperar mi dignidad sino piedras, guijarros de río que me rompen la mandíbula. Tuve hambre de la Palabra de Dios y no me regalaste el silencio para escucharla. Tuve hambre de vivir la verdad y requeriste agua para lavarte las manos. Tuve hambre y me quedé famélico en cada niño que no tiene nada que echarse a la boca, solo el deseo del trigo que el viento mece.