Nuestra vida de fe es un acompañamiento, sobre todo, del Señor. Su presencia, su palabra, su mirada nos hacen descubrirlo a Él y a vivir contando con El. Esto no indica falta de madurez y de independencia sino todo lo contrario. Aferrarse a El no es un encadenarse sino un volar alto ya que se vive del que no cometió pecado.
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